En el Cusco, las Madonnas lucen mejillas sonrosadas a la manera de las mujeres andinas, los ángeles visten de dorado y llevan puestos sombreros al estilo Flandes. En iglesias y templos, los óleos antiguos y majestuosos que adornan sus naves, revelan la presencia de cierta iconografía que ya no pertenece a una estética exclusivamente europea. Son las pinturas de la Escuela Cusqueña, esa muestra única de mestizaje cultural en el que confluyen tanto la vocación evangelizadora española como la reacción, pagana pero igualmente fervorosa, de los artistas indígenas.
Fue hacia finales del siglo XVII que uno de ellos, Diego Quispe Tito -sin duda la figura más importante de esta corriente- desarrolló una obra que sería la primera manifestación de una plástica local y significaría, además, una verdadera escisión entre pintores españoles y andinos.
En su obra se prefiguran ya, algunas de las principales características de la escuela: el trazo fino, la marcada influencia de los grabados flamencos y la abundancia de elementos decorativos en los trajes. Asimismo, la impronta mística y profundamente religiosa de la escuela se vería reflejada en las series de arcángeles, vírgenes y santos que -característicos de la pintura virreinal americana- tienen su origen en la necesidad de los colonizadores hispanos de capturar la imaginación de los antiguos cusqueños con una iconografía deslumbrante y conmovedora.
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